martes, 6 de marzo de 2018

LA BRUJERÍA EN NAVARRA.




“Y luego, cuando comenzamos a caminar por Navarra fue avisado que las mujeres en aquella tierra eran grandes hechiceras encantadoras, y que tenían pacto y comunicación con el demonio para el efecto de su arte y encantamiento. Y así me avisaban que me guardase y viviese recatado, porque eran poderosas en pervertir a los hombres y aún en convertirlos en bestias y piedras si quería. Y aunque en la verdad en alguna manera me escandalizase, holgué en ser avisado, por que la mocedad, como es regocijada, recibe pasatiempo con semejantes cosas; también porque yo de mi cosecha fuera aficionado a semejantes acontecimientos. Por tanto, iba deseoso de encontrarme con alguna que me encantase ...”
Cristobal de Villalón.
“El Crótalon de Cristóforo Gnofoso”.


Zugarramurdi, Burguete y otros enclaves navarros han quedado grabados en el imaginario popular como enclaves brujeriles. Los puñeteros cristianos no pudieron acabar con el culto a la Madre Tierra, la Gran Madre, la Mari Vasca y arrojaron a muchas mujeres (y también unos pocos hombres) al fuego. Y esto sucedió en el brillante Renacimiento y no en la oscura Edad Media.

Caseríos, aldeas y pueblos navarros, básicamente el entorno rural y montaraz, sufrieron  durante las primeras centurias de la Edad Moderna una caza de brujas en toda regla, perpetrada por la Inquisición española (o castellano-aragonesa si se quiere) Aunque el caso más famoso (por el cine, la literatura y los programas televisivos sobres misterios) fue el de Zugarramurdi, desgraciadamente no fue el único.


A decir verdad, la Inquisición española anduvo siempre más preocupada de cazar herejes y desenmascarar conversos que en mandar a mujeres a la hoguera. No obstante, en un momento preciso del siglo XVI dirigió su mirada hacia un rincón concreto de la piel de toro, agazapado junto al Pirineo, cubierto de húmedos bosques y poblado de tradicionales caseríos, y allí encontró, aquello que había ido a buscar. Curiosamente el último territorio peninsular en ser incorporado a la corona que los Trastámara forjaron para los Habsburgo. Navarra, un reino que Fernando el Católico, antes de pasar a mejor vida, se empeñó en anexionar. En todo este asunto resulta complicado abstraerse del contexto político de la época y no intuir una maniobra más de anexión y asimilación de un territorio, una gente y una sociedad, utilizando el miedo y el terror.

La palabra “sorgiña”, que significa bruja en euskera, no aparece en la documentación fiscal de los tribunales navarros de justicia civil hasta bien entrado el siglo XV. En esa misma centuria, año 1480, encontramos en Navarra la publicación “De Superstitionibus”, su autor, Martín de Andosilla, se refiere a las supuestas brujas que habitan en la región vascona de los Pirineos. Este libro fue redactado siete años antes que el manual por excelencia utilizado por los cazadores de brujas; el Malleus Maleficarum. Poco a poco, se va abonando el terreno para la persecución brujeril que estaba a punto de desencadenarse.

Informes judiciales, documentos civiles, actas de la inquisición, testimonios y narraciones, hacen posible rastrear, cuatro siglos después, las huellas de las brujas, demonios, aquelarres, exorcismos, y como no, de los inquisidores. Aunque la primera noticia sobre una redada brujeril en la comarca pirenaica data de 1329, es a comienzos de la Edad Moderna, cuando este fenómeno se desarrolla con toda su crudeza. A partir de la documentación existente, sabemos que entre los siglos XVI y XVII se sucedieron en Navarra cuatro procesos brujeriles:


* El primero en 1525, centrado en los valles del Roncal y Salazar, con quema de brujas en la localidad de Buguete.


* Una segunda oleada, también en los citados valles, concluyó con un autor de fe celebrado en la capital Pamplona en 1540. 


* El tercero de estos procesos tuvo lugar entre los años 1575 y 1577, y dos personas fueron ejecutadas en el prado de la Taconera situado en Pamplona. 


* La última fase de la persecución es la famosa caza de brujas de Zugarramurdi, acaecida entre 1609 y 1612, con el auto de fe celebrado en Logroño.

Después de esta última oleada la fiebre brujeril se fue apagando, marcando, en cierta manera, el final de la brujería en Navarra.


Nunca sucede algo porque sí. Nunca ocurre nada sin motivo. Detrás de cada acción subyace uno, o varios motivos. Los inquisidores perseguían (fundamentalmente) dos objetivos, uno religioso y otro social; acabar con ciertas prácticas paganas y dominar, a través del miedo, demostrar a las sencillas gentes del pueblo quien manda. A través del miedo y la represión socavar, de paso, la autoestima de las mujeres. En el caso que estamos analizando, la quema de brujas fue una forma de someter al pueblo navarro recién incorporado a la corona española.


En la actualidad el gobierno de Navarra ha diseñado cuatro itinerarios (tan interesantes como lucrativos) que recorren escenarios históricos de este fenómeno. Transitando por ellos es posible descubrir su historia, sus ritos y creencias, y revivir su existencia misma.

La iglesia cristiana (la católica y las protestantes) transformó (a su antojo) en brujas a las practicantes (en su mayoría eran mujeres) de la magia natural y el culto a la Gran Madre (que en su día describió Marija Gimbutas). Aunque a veces (demasiadas) eran los propios convecinos los ejecutores. Siempre ha sido muy fácil culpar a otro de los problemas que nos afectan. No llueve, la gallina no pone huevos, la vaca no pare terneritos, mi esposa me engaña con otro hombre. Sin duda, la culpa es de una bruja. Actualmente la palabra bruja sigue utilizándose como un insulto para la mujer.



La historia de la brujería es la historia de su persecución, puesto que no hubo brujos ni embrujados hasta que comenzó a hablar y a escribir sobre ellos. La autosugestión y la psicosis colectiva alimentaban testimonios y acusaciones en los procesos judiciales. Si añadimos las supersticiones, las tradiciones, el rigorismo religioso y los conflictos políticos obtenemos un ambiente ideal en el que desencadenar la caza de brujas. Y en aquellos siglos si hubo un lugar en que la credulidad dio pie a vivir bajo el temor constante a fuerzas sobrenaturales, ese era el mundo rural y fronterizo del antiguo Reino de Navarra. En ese sentido, el inquisidor Salazar Frías sentenció en el año 1613 que “no hubo brujas ni embrujados hasta que se habló y se escribió de ello”.

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