viernes, 1 de septiembre de 2017

PEKÍN, CAPITAL IMPERIAL.



Pekín geográficamente está situada en la periferia (al norte) de la antigua civilización china. De hecho, la actual capital, surge como baluarte de los pueblos extranjeros que ocuparon el país entre los siglos X y XII (más o menos nuestra Edad Media). La dinastía Liao de los Kitan (907 – 1125) estableció aquí su capital meridional, una de las cinco que tenía el reino (como en la Europa feudal, una corte itinerante). Los miembros de la casa Jin, otra dinastía bárbara, intentó imitar el proyecto urbanístico de la capital de los Song septentrionales, Kaifeng.



Los mongoles conquistaron el norte de China y arrasaron Pekín. Cinco décadas más tarde Kublai Khan reconstruyó con esmero la ciudad para convertirla en su flamante capital (desde este momento ha sido capital prácticamente de modo continuo hasta el día de hoy). En este tiempo la Pax Mongólica era una realidad y a la suntuosa corte del Gran Kan llegó el intrépido mercader veneciano (¿tal vez croata?) Marco Polo.



Marco Polo llamó Cambaluc (para los mongoles Dadu) a la capital que estaba construyendo el Kan, más o menos en el centro de la actual Beijing. El inquieto mercader escribió lo siguiente sobre Cambaluc: Hay una multitud de casas entre el centro, la villa y los arrabales de esta ciudad; hay tantos arrabales como puertas, y en éstos vive tanta gente como en la ciudad. En ellos se hospedan los mercaderes que vienen a sus negocios, y acuden en gran número a causa del Gran Khan, que hace que la ciudad sea un espléndido mercado. Los palacios en los arrabales y en la ciudad son también muy hermosos, pero no llegan al del Gran Khan. En la ciudad no se entierra a ningún hombre. Y a los idólatras los van a incinerar más allá de los arrabales; allí también dan enterramiento a los demás muertos. En el recinto de la ciudad no puede vivir ninguna pecadora o mujer de malas costumbres; son las damas del gran mundo quienes sirven a los hombres por dinero, y aun éstas viven en los arrabales. Eso sí, allí las hallaréis en gran número: hay 20.000 cortesanas que mercan sus favores. Y son muy necesarias por el tráfico inmenso de la ciudad. Podréis daros cuenta de la cantidad de gente que reside en Cambaluc y pasa por ella, por el número crecido de sus meretrices. En Cambaluc se mercan los objetos más raros y de más valor. Primeramente, de las Indias vienen cargamentos de alhaites, piedras preciosas, perlas finas, joyas y preseas; son traídas a esta ciudad. De la provincia de Catai y de los demás reinos afluyen todas las mercaderías. Naturalmente que esto sucede por la gran cantidad de compradores y de gente allí reunida en la corte del Gran Khan, por los huéspedes ilustres, las damas, sus barones y dignatarios y por lo que compra el gran señor. Cada día entran más de 1.000 carretas de sederías o de ingredientes para fabricarlas, porque en Cambaluc se teje el paño de oro, las bayetas de seda, los grodetures y tafetanes. En los alrededores de la ciudad hay otras pequeñas villas que viven todas de lo que compra la capital.



Los soberanos Ming, en especial del emperador Yongle, embellecieron la ciudad y reforzaron su papel de capital del Reino.



Entre la bruma y la contaminación, el cielo pekinés aparece siempre cubierto por una densa nube que provoca en la ciudad un aspecto plomizo. Los rascacielos esconden sus vergüenzas detrás de este telón gaseoso.


La Plaza Tianamen, o Plaza de la Paz Perpetua, es el epicentro neurálgico de Pekín.




El mastodóntico mausoleo de Mao Tse Tung.


El monumento a los héroes del pueblo se alza en el centro de la inmensa plaza. 


China enfrentada a sí misma; un socialismo que nadie se cree y un capitalismo agresivo. Enorme, descomunal, gigantesca. Frente a frente, Ciudad Prohibida y Mausoleo de Mao, tercer fundador de China tras Huang Ti y el doctor Sun Yan Set.


La ciudad prohibida, una ciudad dentro de la ciudad, era un inmenso conjunto palaciego donde transcurría la vida del emperador, acompañado de su familia, su corte, las concubinas y los numerosos funcionarios. Durante siglos ningún ciudadano pekinés pudo entrar aquí.


Fosos, torres y murallas separaban a los emperadores (y su corte) del molesto populacho


El pueblo chino derrocó al imperio de los dos milenios. Nacionalistas y comunistas expulsaron a los japoneses de su territorio patrio y tras el final de la Segunda Guerra Mundial se enfrentaron en una cruenta guerra civil. En 1949 nace la República Popular China. La Ciudad Prohibida, residencia y símbolo de los emperadores, sin embargo, sigue intacta. Eso sí, bendecida por el propio Mao Tse Tung.



Hutongs es el nombre que reciben los tradicionales barrios del centro histórico de la ciudad.


Junto al lago Houhai se encuentra uno de esos Hutongs alrededor de la pintoresca Yandai, la calle de los fumadores. 


La torre de la campana anunciaba la llegada de un nuevo día, y por tanto, del comienzo de la jornada laboral.



La torre del tambor señalaba el toque de queda al caer la noche. Inmediatamente después se cerraban las puertas de la ciudad.


Una mañana cualquiera en Pekín: contaminación, tráfico y gente, mucha gente por todos lados.


Los soberanos chinos mandaron construir el palacio de verano donde poder relajarse y alejarse de los mundanos asuntos de palacio. Esta residencia se sitúa al noroeste de Pekín.


Si los Borbones levantaron Versalles, los orgullosos emperadores Ming no se iban a quedar atrás y se regalaron un maravilloso lugar de recreo y descanso alrededor del plácido lago de Kunming, el Palacio de Verano.



El emperador Yongle, que también construyó la Ciudad Prohibida, levantó el templo del Cielo, el espacio religioso más destacado, visitado y mejor conservado de Pekín.



Al final nos hemos acostumbrado a llamarla Beijing, aunque en el fondo, siempre me resultará más bonito Pekín. Me ha sorprendido (gratamente) su modernidad y organización. Una metrópoli inmensa que se ha abierto a codazos un lugar entre las capitales mundiales más influyentes, en los ámbitos económico, diplomático y militar. Y en el futuro tendrá mucho que decir.


Beijing nocturno, nada que ver con un paraíso socialista, aquí están en venta hasta las siglas del partido.


La noche depara muchas sorpresas y abre sus puertas el mercado de lo exótico, donde se pueden degustar manjares como larvas de insecto, fetos de pájaros, estrellas de mar o los crujientes y sabrosos escorpiones fritos. Toda una experiencia.



Veinte millones de habitantes y varios siglos de historia. Bicicletas (con y sin motor), triciclos viejos que te llevan y te traen por las callejuelas del casco histórico. Pequeños bazares y tiendas de barrio donde puedes comprar (y regatear) casi cualquier cosa. Pekín es una ciudad mastodóntica, moderna, pero nada cosmopolita. No es habitual encontrar extranjeros, salvo los eventuales turistas y algunos hombres de negocio. Y ese es uno de sus grandes atractivos.




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