viernes, 20 de enero de 2017

LUCES ARTIFICIALES.



El ser humano dejó definitivamente de ser un animal el día en que se inventó la iluminación nocturna de las ciudades. Desde lo alto del monte la ciudad se muestra como un juego de luces, amarillas y fijas la mayoría, azules y verdes unas pocas, rojas intermitentes, y el neón es cosa de otro tiempo, de décadas prodigiosas que se resisten a disiparse en el olvido. Danzan alrededor de esas luces insectos humanos, luciérnagas inmunes y gatos trasnochadores, bohemios, juerguistas de cualquier sexo, ludópatas, adictos al vicio, perros callejeros y mafiosos del tres al cuarto. Videoclubs pasados de moda, cines abandonados, obsoletas gasolineras, decadentes galerías de arte, farmacias de guardia, tiendas 24 horas, solitarias máquinas expendedoras, mansiones, bares, clubes, pisos modestos, oficinas y burdeles. Todos pecan al amparo de la noche, y todos tendrán que rendir cuenta algún día. Inexorable se cumple su condena. ¿Quién se acuerda hoy del sereno?.

La luz eléctrica sustituye al fuego. En torno a una, y a otro, se forma un hogar. Alrededor del fuego nos hicimos sociables, bajo la luz de una farola nos tientan todos los vicios. En el siglo XIX Alva Edison robó su papel a Prometeo y se convirtió en el héroe civilizador de los tiempos modernos. Abandonamos los ritmos vitales naturales, ya no queremos existir como seres diurnos. Podemos trabajar de sol a sol, pero preferimos vivir de noche.

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