jueves, 5 de enero de 2017

ALFONSO V DE ARAGÓN "EL MAGNÁNIMO"



Alfonso V, llamado “el Magnánimo” sucedió a su padre Fernando I como rey de Aragón en el año 1416. Con su coronación la dinastía trastámara se consolidó definitivamente en la Corona de Aragón, aunque a decir verdad, Alfonso estuvo siempre más interesado en al imperio mediterráneo que en los asuntos internos del reino.

Una vez convertido en rey Alfonso no dudó e proyectarse al exterior, tomando parte activa en la resolución del Cisma de Occidente en el Concilio de Constanza. Fue rey de Aragón, de Valencia, de Mallorca, de Sicilia, de Cerdeña, Conde de Barcelona y rey de Nápoles.

En el seno de su reino tuvo que bregar con los insurgentes nobles y enfrentarse a la poderosa oligarquía urbana barcelonesa liderada por el conseller Joan Fiveller, en el contexto de las luchas entre la Biga y la Busca. Entre las concesiones que hizo a su gente podemos destacar la aprobación para el establecimiento de la Universidad en Barcelona.

En 1421 se encontraba en Cerdeña protegiendo sus dominios cuando la reina viuda de Nápoles, Juana II, le ofreció adoptarlo como hijo y heredero. Las relaciones entre Alfonso y Juana fueron tensas y volubles, y el rey aragonés tuvo que esperar al deceso de Juana para convertirse, esta vez por la fuerza de las armas, en rey de Nápoles. En las largas luchas en Italia Fernando fue derrotado y convertido en rehén por el condotiero milanés Filippo María Visconti. El tiempo y el presidio dorado, transformaron a dos rivales, en fieles amigos y compañeros.

Enamorado de Italia pasó más de la mitad de su vida en territorio transalpino. Para el gobierno en Aragón delegó en su esposa María de Castilla y en su hermano Juan (futuro Juan II). Por vivir alejado de la realidad catalano-aragonesa y por otros detalles como el de hablar en castellano el día que se presentaba por vez primera ante las Cortes de Barcelona, la historiografía catalana no tiene mucho aprecio por este monarca. Razones no les faltan, supongo.

Alfonso estaba completamente convencido que su política imperialista beneficiaba a la clase mercantil catalana, por tanto no entendía la oposición y hostilidad por parte de las Cortes. Quizás el monarca no apreciaba los esfuerzos económicos que debían hacer sus súbditos para costear las campañas en el extranjero.

El rey Alfonso se veía a sí mismo como la espada de la Cristiandad, perfectamente afilada para combatir al turco, en especial, después de la conquista de Constantinopla. En este contexto podemos señalar la alianza que el monarca estableció con Jorge Castriota Skanderbeg, el comandante albanés que pasó años frenando en los Balcanes todas las incursiones otomanas.

Era un entusiasta de la cultura clásica y jamás salía al campo sin llevar consigo los Comentarios de Julio César, llenó su corte napolitana de escritores en latín, italiano, catalán y castellano y se rodeó de intelectuales como el pensador Lorenzo Valla, el historiador Giovanni Pontano y el erudito Antonio Becadelli “el Panormita”. Una actitud ante la cultura plenamente renacentista.

Mientras su legítima esposa aguarda en Aragón gobernando en su nombre, el fogoso Alfonso coleccionaba amantes y concubinas, como Giraldona de Carlino, y ya en la senectud la intelectual Lucrecia Alagno.

En 1458 murió en Nápoles, en su castillo situado a orillas del mar, mientras, cuentan, preparaba una expedición (más ficticia que real) para expulsar a los turcos de Constantinopla. Su hermano Juan le sucedió como rey de Aragón y su hijo bastardo Ferrante en el trono de Nápoles.


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