domingo, 18 de septiembre de 2016

REINO DE POLONIA VII: EL DUCADO.



Durante la Plena Edad Media, una época de renacimiento y restructuración geopolítica, en los territorios habitados por los polanos se forma una primera entidad independiente que pronto va a entrar en contacto (y conflicto) con la política expansiva de los germanos hacia el Este (su zona natural de expansión).

El castro o “grozdy” de Gniezno era el centro y ejercía como capital del incipiente ducado de Polonia. Hacia el año 850 existía un embrión de forma estatal, sus príncipes investidos con el oropel de lo legendario, Lech, Lestko, Siemomysl, y finalmente Miezko I, fundador real de la dinastía Piasta que transformó el estado polano en el estado polaco.

La familia Piasta (cuyo primer miembro histórico fue Siemomysl y el fundador mítico Piast) fue poco a poco incrementando el poder y ampliando su influencia, tejiendo complejas redes clientelares, hasta que a mediados del siglo X uno de sus miembros más destacados, Miezko I, se bautizó y el emperador Otón I le concedió el título de duque (todo en uno) inagurando la historia del Ducado de Polonia.

Varias circunstancias favorecieron el nacimiento de la unidad polaca en torno a la familia Piasta, con Miezko a la cabeza: cierta cohesión étnica, prosperidad económica y el establecimiento de otras entidades estatales en la periferia (Sacro Imperio, Bohemia, Kiev...)

Tras sucesivos vaivenes, idas y vueltas, encuentros y desencuentros, Miezko jura sincera fidelidad al emperador, pero con la firme determinación de mantener su frágil independencia política, puso a su país bajo la protección de Roma. Este miembro del prestigioso linaje de los Piasta abrazó el cristianismo cuando se casó con la princesa bohemia Dobrawa, la hija del duque Boleslao I el Cruel, aquel que asesinó a su hermano Svaty Vaclav (San Wenceslao). Aquí comienza la fructífera relación de Polonia con la iglesia católica, que alcanzó su punto culminante con la proclamación de Karol Wojtila (Juan Pablo II) como Sumo Pontífice de Roma.

Con la conversión Miezko consigue el apoyo papal, extendiendo además sus dominios, y de paso acercó Polonia al resto de Europa. Con esta práctica maniobra consigue salvaguardar la integridad de Polonia frente al Sacro Imperio. Su hijo Boleslao I fue un paso más allá y consiguió ser coronado rey. Esta voluntariosa dinastía Piast o Piasta, a pesar de los intentos no fue capaz nunca de estabecer una monarquía fuerte y creible.


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