miércoles, 23 de diciembre de 2015

MENUMORUT.



Aquello que el historiador olvida, es cantado por el poeta. Los versos completan, lo que los documentos ignoran. Allá por el siglo IX hordas de magiares se desparraman por el centro de Europa, inundando todo a su paso. Arpad, omnipresente en la cultura húngara actual, sometió a golpe de espada a todos los príncipes y reyezuelos (más o menos poderosos) que encontró por el camino, y al llegar a Transilvania, se topó con el arrogante Menumorut. Este orgulloso voivoda de Crisana (uno de los protestados rumanos), conocedor de la superioridad militar húngara, no dudó, para evitar males mayores, agachar la cabeza y rendir el cuerpo, mientras mascullaba entre dientes, que nunca serían siervos, que jamás renunciarían a su tierra y que su alma permanecería libre siempre.

La Gesta Hungarorum, de autor anónimo, recoge el encuentro entre ambos líderes: "Decidle a Árpád, duque de Hungría, vuestro señor, que le tenemos por amigo en todos los asuntos que sea necesario porque un invitado es un ser humano y le es debido. Pero la tierra que pretende de nuestra gracia jamás se la rendiremos mientras vivamos”.

Relata la Gesta que Menumorut no tuvo más remedio que claudicar ante las armas magiares, y también que el hijo de Arpad, Zoltán, terminaría casándose con la hija de este voivoda que camina con sigilo por el delgada línea que separa la historia del mito. 



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