viernes, 25 de septiembre de 2015

MANASTIREA DRAGOMIRNA.



Moldavia es una de las regiones más turísticas (y en cierto sentido emblemática) de Rumanía, y uno de los motivos de la gran afluencia de visitantes son sus magníficos monasterios, auténticas joyas de la arquitectura religiosa. 


En un entorno privilegiado y bucólico, de apacibles bosques y suaves lomas, uno de esos lugares donde el tiempo, en vez de correr sinsentido, pasea muy despacio disfrutando de la existencia, está enclavado uno de estos recintos religiosos, el Monasterio de Dragomirna.


Morfológicamente tiene el aspecto de una auténtica fortaleza, con murallas, torres y camino de ronda. De la misma manera que es un auténtico centro de producción completamente autónomo, con huertos, campos de cultivo, rebaños y almacenes.


El monasterio de Dragomirna, situado a 15 kilómetros de Suceava, histórica capital del principado moldavo, fue fundado en el año 1601 – en la época de Miguel el Valiente – por el erudito y futuro metropolitano de Moldavia, Atanasie Crimca, cuya lápida se encuentra en el interior de la iglesia.



El origen del monasterio ortodoxo es una capilla dedicada a San Juan Evangelista, y a los profetas Enoc y Elías. Presenta una naos rectangular y una cuidada decoración tanto exterior como interior (que no pude fotografiar). Pocos años después se consagró una iglesia mayor.





El historiador, con alma de poeta, Nicolae Iorga le dedicó las siguientes palabras: “Su contemplación es un asombro de belleza. Es ligera y se eleva como un bello relicario, una joya arquitectónica que decora los bosques seculares de Bucovina”. 



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