domingo, 19 de octubre de 2014

NICOLÁS FLAMEL, ALQUIMIA EN EL CAMINO DE SANTIAGO.



El Camino de Santiago ha sido imaginado y contextualizado desde diferentes puntos de vista (históricos y esotéricos) como un camino iniciático, una camino hacia el autoconocimiento, y como tal, también relacionado con la alquimia. Nicolás Flamel, acaso el más afamado alquimista medieval, concibe en su obra "El libro de las Figuras Jeroglíficas" el Camino de Santiago, como el recorrido (real o metafórico) que le llevó a lograr su meta personal; la Piedra Filosofal, para a través de ella convertir cualquier metal en oro y alcanzar la inmortalidad. En cierta manera, podemos concebir el Camino de Santiago, como un proceso alquímico en el cual, el objeto transformado es el propio peregrino (en cuerpo y alma).

Aunque yo, NICOLAS FLAMEL, escribano y vecino de París, en este año de 1399, y residiendo en mi casa de la rue des Ecrivains, cerca de la capilla de St. Jacques de la Boucherie. Aunque ―digo― no haya aprendido más que un poco de latín, debido a los escasos medios de mis padres, que eran estimados, incluso de mis envidiosos, como gente de bien: sin embargo, por la gracia de Dios y la intercesión de los bienaventurados santos y santas del paraíso, y sobre todo de monseñor Santiago de Galicia, he podido llegar a los libros de los Filósofos y aprender sus ocultos secretos.
El Libro de las Figuras Jeroglíficas.

Nicolás Flamel es uno de esos personajes en que lo legendario ha ido devorando al hombre, hasta llegar a un punto donde no se puede saber donde empieza éste y donde termina aquel. Flamel, el hombre, fue hombra instruido de su época, rabino, escribano y librero parisino del siglo XIV. El Flamel legendario fue un amafado alquimista medieval capaz de ejecutar la Magna Obra de la Alquimia, elaborar la piedra filosofal, y a través de ella transmutar cualquier metal en oro y lograr la inmortalidad. Durante la Guerra de los Cien Años, mientras trabajaba de librero en París llegó a sus manos un viejo grimorio alquímico y empleó más de veinte años en descifrarlo.

Siempre empezaba de nuevo; y cuando estaba a punto de perder la esperanza de entender estas figuras, hice una promesa a Dios y a Santiago de Galicia para impetrar la interpretación de éstas a algún sacerdote judío en alguna de las Sinagogas de España.
El Libro de las Figuras Jeroglíficas.


Con el objetivo de obtener los conocimientos necesarios para traducir el grimonio, Nicolás Flamel viajó a la Península Ibérica, llegó a Santiago de Compostela, pero nada consiguió.Derrotado y cabizbajo emprendió el regreso a casa, con las esperanzas perdidas llegó a León, y finalmente en la antigua capital del reino, pudo contactar con el Maestro Canches, un anciano rabí que identifió el grimorio con el mítico Aesc Mezareph del judio Abraham, y consintió en enseñar a Flamel todo el conocimiento esotérico y simbólico necesario para su interpretación. Este viaje (externo e interno) fue narrado en su Libro de las Figuras jeroglíficas, describiendo su ascenso hasta el conocimiento supremo como si de la peregrinación a Santiago de Compostela se tratase.


Me puse, pues, en camino y llegué a Montjoye, y luego a Santiago, donde cumplí mi voto con gran devoción. A la vuelta, encontré en León a un mercader de Boulogne quien me presentó a un médico judío convertido al cristianismo, y que era muy sabio. Se llamaba Maestro Canches, Cuando le mostré las figuras de mi resumen, preso de extrañeza y alegría, me preguntó de inmediato si sabía algo del libro de donde fueron sacadas. Le respondí en latín de la misma manera en que me preguntó que esperaba buenas noticias si alguien me descifraba esos enigmas. De inmediato y poseído de gran ardor y alegría, empezó a descifrar el principio.
El Libro de las Figuras Jeroglíficas.

De regreso a París se puso manos a la obra, fue capaz de elaborar la piedra filosofal, consiguiendo ingentes cantidades de oro. También asegura la leyenda que gracias a la peidra, él y su esposa Perenelle, obtuvieron la inmortalidad. Hay quien afirma haberlos visto en la Ópera de Paris años antes del estallido revolucionario. Si esta historia es cierta, quizás algún día, en algún recóndito lugar del Viejo Mundo, me tope con Nicolás y Perenelle



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