sábado, 30 de agosto de 2014

EL PAPA LUNA.



Pedro Martínez de Luna, miembro de un poderoso linaje y natural de la Corona de Aragón, consiguió la mitra papal con el nombre de Benedicto XIII durante el destierro de Avignon, sucediendo a Clemente VII. Precisamente Clemente VII había depositado su confianza en Pedro Martínez de Luna, que le sirvió como legado pontificio durante dieciséis años.


Pedro de Luna como buen aristócrata dedicó su primera juventud a las armas, tomando parte de la Batalla de Nájera, junto a Pero Lope de Ayala, aunque pronto, cambió de tercio, bajó de la montura y se colocó el hábito. Comenzó sus estudios y se doctoró en Derecho Canónico en la Universidad de Montpellier, en la que además, fue profesor. Desempeñó varios cargos eclesiásticos de creciente importancia, hasta que en 1394 fue nombrado Papa de la obediencia de Avignon, en pleno Cisma de Occidente.


Una vez nombrado Papa, don Pedro de Luna no estaba dispuesto a amedrentarse ante las continuas presiones de la Monarquía Francesa, demostrando que no iba a ser tan manejable como sus antecesores. Clemente VII durante varios años "compartió" papado con la sede de Roma.

En 1389 Francia retiró su apoyo político y financiero a Avignon, y procedió a bloquear la Sede Papal. En 1403, el Papa Luna consigue huir de Avignon, después de resistir dos duros asedios, y tras refugiarse unos años en la corte napolitana, termina recalando en la localidad castellonense de Peñiscola. Antes, Benedicto XIII sustrajo Peñíscola de la jurisdicción de la Orden de Montesa para ponerla bajo la protección de la Santa Sede. 

El Papa Luna, que había disfrutado de la opulencia de Avignon, tuvo que mudarse de la enorme fortaleza palacio en la ciudad francesa, a un pequeño castillo en la costa levantina. Fue declarado hereje y antipapa. Incluso el papa "oficial" Martín V envió un sicario para atentar contra don Pedro de Luna. Fracasó.


Benedicto XIII siempre mantuvo la convicción de la legitimidad de su elección, atestiguado en su testamento: "....teniendo a Dios como testigo, se que poseo legalmente el patrimonio de Cristo y herencia de la iglesia militante..."


Aunque gozó de la protección de Alfonso V de Aragón, no volvió a poseer influencia en la política de la época. En 1423, a los 96 años, expiró su último suspiro, que una suave brisa arrastró por todo el Mediterráneo. La leyenda afirma que aun vaga su sombra por los torreones y estancias del castillo, proclamando a viva voz "el verdadero papa, soy yo".

Para entender la compleja personalidad de este Papa, nada mejor que recorrer las salas, patios y torres del castillo-palacio de Peñíscola.



En la soleada costa de Castellón, encerrado en una jaula de oro, viviendo en esta fortaleza de origen templario, don Pedro de Luna, se convirtió en el Papa del Mar, poético apelativo que acuñó don Vicente Blasco Ibañez.


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