sábado, 20 de octubre de 2012

LA DESTRUCCIÓN DE NUMANCIA

EN LAS HISTORIAS DE OROSIO.

De la opresión y destrucción final de la belicosísima ciudad de Numancia, de la Hispania Citerior, a manos del ya Cónsul Escipión Africano, operación que llevó a cabo, sin embargo, con gran esfuerzo y perjuicio para el Estado.




En el año 620 de la fundación de la ciudad, cuando, a raíz del tratado firmado en Numancia, una infamia casi mayor que la sufrida en otro tiempo en las Horcas Caudinas aumentó la vergüenza en el rostro de los romanos; fue nombrado cónsul Escipión Africano con el acuerdo de todas las tribus; y fue enviado con el ejército para tomar Numancia al asalto.

Numancia, por su parte, ciudad de la Hispania Citerior, situada no lejos de los vacceos y cántabros en la frontera con Galicia, fue la última ciudad de los celtíberos. Ella, con cuatro mil soldados, no sólo contuvo durante catorce años a cuarenta mil romanos, sino que incluso los venció y obligó a vergonzosas alianzas.

Pues bien, Escipión Africano, entrando en Hispania, no se lanzó inmediatamente contra el enemigo para cogerlo, por así decir, desprevenido, por cuanto sabía que este tipo de gente no se entregaba ni corporal ni anímicamente al ocio hasta que no superaban con su forma física habitual el momento óptimo de los demás; Escipión lo que hizo fue ejercitar a sus soldados en los campamentos como se de escuelas se tratase. Y a pesar de que pasó parte del verano y todo el invierno sin ni siquiera intentar la lucha, aun con esta táctica, muy poco consiguió. Efectivamente, cuando llegó el momento de la batalla, el ejército romano, oprimido por el empuje de los numantinos, se dio a la fuga; sin embargo, ante las voces y amenazas del cónsul que se puso en medio y los sujetaba con las manos, el ejército volvió por fin, aunque de mala gana, contra el enemigo, y obligó a huir a quien les había puesto a ellos en fuga. Es difícil creer lo que se cuenta: los romanos pusieron en fuga a los numantinos y los vieron huir. 

A raíz de ello Escipión, aunque se alegró y se glorió porque los resultados fueron más allá de lo que se esperaba, confesó, sin embargo, que nunca más se debería intentar hacer la guerra a éstos. Por ello, consideró que se debía buscar el éxito en sucesos inesperados, asedió la propia ciudad y la rodeó incluso con una fosa: la anchura de la fosa fue de diez pies y su profundidad de veinte. Fortificó después con torres, cercanas unas a otras, la empalizada que construyó con estacas para, de esta forma, si el enemigo intentaba un ataque contra él saliendo de la ciudad, luchar no como un sitiador con un sitiado, sino cambiando los papeles, como un sitiado con un sitiador.

En lo que se refiere a Numancia, situada en un montículo no lejos del río Duero, estaba ceñida por un muro que la rodeaba en una extensión de tres mil pasos, aunque algunos afirman que ocupaba un pequeño trozo de terreno y sin muros. Por ello, lo más razonable es pensar que habían cercado el espacio de terreno citado con el fin de alimentar y cuidar su ganado y para comodidad en el cultivo del campo cuando fuesen atacados militarmente, mientras que ellos mismos ocuparían sólo una pequeña fortaleza naturalmente fortificada. Por otro lado, parece lógico pensar que tan pequeño número de hombres debería dejar más bien abierto, y no fortificar, tan gran espacio urbano. Lo cierto es que los numantinos, largo tiempo cercados y deshechos por el hambre, ofrecieron su rendición con tal de que se les ordenasen cosas que se pudiesen aguantar, pidiendo también con insistencia que se les concediera la oportunidad de luchar en igualdad de condiciones para poder así morir como hombre. Finalmente, salieron todos de pronto por dos puertas tras haber bebido antes gran cantidad no de vino, por cuanto aquel lugar no lo produce, sino de un jugo de trigo de confección artesana, al que llaman "celia" porque se produce por calentamiento; en efecto, con fuego engordan el tamaño del grano de trigo húmedo, después lo secan y luego, convertido en harina, lo mezclan con un jugo dulce; la fermentación consigue un producto de sabor áspero y que produce el calor de la embriaguez. Pues bien, reanimados tras el largo tiempo de hambre por esta bebida, se entregaron a la lucha. El enfrentamiento fue atroz durante largo tiempo e incluso peligroso para los romanos, y de nuevo éstos hubieran probado que su forma de lucha con los numantinos era la huida, si no hubiesen estado bajo el mando de Escipión. Los numantinos, tras morir los más valientes de los suyos, se retiran de la lucha, aunque vuelven a la ciudad con sus filas en orden y no como si huyeran; y no quisieron aceptar los cadáveres de los muertos que les fueron ofrecidos para sepultarlos. Abocados ya todos a la muerte, con la última esperanza de los desesperados, prenden fuego ellos mismos por dentro a la ciudad cerrada y todos juntos perecieron bajo las armas, el veneno y el fuego. Los romanos no consiguieron con la derrota de los numantinos absolutamente nada, salvo su propia seguridad; en efecto, una vez destruida Numancia, ni siquiera consideraron que fueron ellos los vencedores, sino más bien que fueron los numantinos los que se escaparon. La cadena del vencedor no ató a un solo numantino; Roma no vio razón para conceder el triunfo; oro y plata, que podría haber escapado al fuego, no había en este pueblo que era pobre; las armas y los vestidos los consumió el fuego.
Orosio V, 8

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