domingo, 21 de octubre de 2012

GERMANIA DE TÁCITO (IV)



10   Nadie les supera en observancia de auspicios y oráculos. El procedimiento de sus oráculos es sencillo: arrancan una rama a un árbol frutal, la cortan en trozos, y, tras señalarlos con ciertas marcas, los esparcen al azar, según caen, sobre una tela blanca. En seguida el sacerdote de la ciudad, si se consulta oficialmente, o el propio padre de familia si en privado, tras invocar a los dioses y mirando al cielo, cogen tres trozos, de uno en uno, y los interpretan conforme a la marca que se les ha hecho previamente. Si la respuesta es desfavorable, ya no se hace ninguna consulta sobre el mismo asunto en el resto del día; si es favorable, se exige la confirmación de los auspicios.

  También aquí es conocido el examinar los sonidos y el vuelo de las aves. Pero también es peculiar de este pueblo recurrir a los presagios y admoniciones de los caballaos. Están cuidados a expensas públicas en los mismos bosques y arboledas, blancos y no alcanzados por ningún trabajo profano. El sacerdote y el rey o príncipe de la ciudad los acompañan tras uncirlos a un carro sagrado y observan sus relinchos y su piafar. No hay otro auspicio con mayor crédito no sólo para la plebe, sino también entre la nobleza y los sacerdotes; piensan que, si ellos son los ministros de los dioses, aquellos son sus confidentes.

Hay otro procedimiento para los auspicios, con el que intentan averiguar el resultado de las guerras importantes: cogen por cualquier medio a un guerrero del pueblo con el que luchan y le hacen combatir con otro escogido de entre ellos mismos, cada uno con las armas patrias; la victoria de uno o de otro se interpreta como una premonición.

11    Los jefes deciden sobre los asuntos de menor entidad y todo el pueblo sobre los de mayor trascendencia, aunque los jefes deben tratar con antelación incluso lo que es competencia de la plebe.

  Si no acaece nada fortuito ni imprevisto, se reúnen en días fijos, en novilunio o plenilunio: creen que éste es el momento más propicio para acometer sus empresas. No llevan el cómputo del tiempo por el número de días, como nosotros, sino por el de las noches, y así fijan y arreglan sus citas, como si la noche precediera al día. 

    Por la libertad de que gozan tienen el inconveniente de que no se reúnen todos al mismo tiempo ni cuando se les convoca, sino que pierden dos y hasta tres días por el retraso de los que van a reunirse. Cuando el pueblo quiere, se congregan con sus armas. El sacerdote, que entonces tiene también poder coercitivo, impone silencio. A continuación, el rey o el príncipe, de acuerdo con su edad, nobleza, prestigio guerrero y elocuencia, se hace oír, más por su ascendiente para persuadir que por su poder para mandar. Si sus palabras no agradan, las rechazan con gritos. Si agradan, agitan sus frameas: el elogio con las armas es su mejor consenso. 

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